sábado, 24 de octubre de 2009

Va a estar buenísimo Buenos Aires

Una noche húmeda en Balvanera. Alguien, en la televisión que grita desde la habitación de al lado, anuncia más de 30 grados de sensación térmica, los ventiladores no dan a basto y por la ventana de aquel dormitorio del primer piso no entra ni una brisa.

Ahí está ella, con el pelo enrulado cayéndole sobre la cara, las piernas cruzadas y su mirada perdida en algún punto de la pared; sentada en la cama sobre aquel colchón viejo, rodeada de bolsas, una mochila, alguna cartera, un cuadro, una lámpara de pie y una nena... Una nena que no habla, que contempla en silencio las estrellas que se asoman entre las cortinas, las cuenta, las une en su mente dibujando conejos y flores; una nena que no sabe, que no entiende, que solo percibe, que tiene miedo y no sabe a qué.

Después de un rato (¿una hora? ¿un día? ¿una vida?) en silencio, ambas parecen salir del trance, se ponen en marcha, recogen las pocas pertenencias que les quedan en el piso, en el placard, guardan, apilan, cierran y se cargan mochilas y bolsas sobre los hombros.
Y salen.

La televisión de al lado ahora habla de algunas celebridades jolibudenses, y desde el fondo del pasillo se adivina un tango entonado por una radio vieja que cuelga del picaporte de la puerta de madera y vidrio, la puerta de la habitación en la que vivían dos hermanos artesanos, hasta hace algunas horas.

La nena agarra del brazo a su hermana que, haciendo algunos malabares entre tantas cosas, la toma de la mano, la mira y le sonríe. La sonrisa le duele en la cara, pero aún así sonríe.
Caminan algunos metros y comienzan a bajar las escaleras de madera.

Un golpe. Un grito. Muchos gritos.
Un grito que silencia todos los gritos, que da ordenes y amenaza.

Terminan de bajar las escaleras, la nena se esconde atrás de su hermana.

Ahí están ellos, entrando a las habitaciones, empujando a quien se cruce, abriéndose paso entre los bolsos, entre los nenes que lloran... Y, entre insultos, se los escucha dar algunas ¿explicaciones?... que necesitan el lugar, que las ordenes vienen de arriba, que el juez, que noséquién noséqué...
Y que si vuelven, los matan.

En media hora la vereda se llena de muebles, colchones, bolsos y personas con los ojos vidriosos, con el miedo y la adrenalina viajando por sus venas, con la desesperanza a flor de piel.

Misión cumplida. Un desalojo más. Más familias sin hogar en medio de la noche.
Aplausos para vos, Mauricio!



Gracias a mi compañero de aventuras, por ser mis ojos en esa escena.


· Julieta Ceballos
Princesa Roja

No hay comentarios:

Publicar un comentario